El medio blog

Un medio dedicado a los medios.

Friday, June 20, 2008

Andrea Palet le responde al escritor Tito Matamala:

Tontos y pesados

Los escritores rechazados creen que los editores les tienen mala (o sea somos pesados) o no vislumbran su genialidad (o sea somos tontos). Sigan no más.
Por Andrea Palet

Me viene pareciendo ya hace un rato que la regla o cualidad número uno del editor literario es, o debería ser, la capacidad de quedarse inmensamente callado. Responsabilidad, tacto, un gran oído, cara dura y un punto de vista personal me parecen indispensables también, pero, precisamente porque cuesta mucho, saber quedarse callado tiene un punto de decencia o nobleza añadido, si es que le atribuimos nobleza a la dificultad.

No siempre, pero sí muchas veces, es el editor el que inventa un libro, o bien quien lo defiende contra viento y marea (costos y eventuales malas ventas, digamos), o el curador que le confiere sentido y resonancia a una obra originalmente irregular, solo a medias talentosa, un hato de párrafos fulgurantes sobre una estructura feble, una buena idea mal desarrollada. Un editor serio, me parece a mí, mantiene un compromiso con el público y con la obra casi más que con el autor, y así, deberá reverenciarlo poco y enfrentársele mucho para extraer lo mejor de su mente creadora. Luego el reconocimiento no suele reflejar esa pasión y esa tensión compartidas, pero aquí, nuevamente, el editor debe ejercer una contención victoriana y cerrar el pico. Todo el crédito se lo lleva el autor, y está muy bien que así sea. Él es quien escribe y quien estampa su nombre en la portada, y en ese proceso desnuda su mente y arriesga su tranquilidad y su intimidad, decisión que merece el mayor de los respetos.

Pero hay equívocos que sería bueno aclarar, me viene pareciendo también hace un rato, cuando alcanzan el dudoso estatus de verdad concedida, aquella que se asienta porque una de las partes, en vez de polemizar o simplemente exponer sus argumentos, escoge quedarse callada. Esta vez voy a hablar entonces: pero un poco, no mucho.

A propósito de la aparición en España de una novela del periodista de Concepción Carlos Basso, el escritor también penquista Tito Matamala dispara en el suplemento cultural de La Tercera, contra la «desidia y las pequeñeces de las editoriales chilenas», que llevaron a Basso a intentar con éxito la publicación en ultramar: «las dilaciones... lo convencieron de que aquí no pasa nada, que es una tierra yerma para la literatura», dice su valedor. Leí hace un tiempo la novela aludida, pero lo que digo aquí no tiene que ver tanto con ella como con una situación cotidiana, nada graciosa, muy poco chimuchinesca, del mundo editorial: la del proceloso terreno de lo «no tan bueno».

Es viejo y sabido que grandes obras literarias y grandes éxitos comerciales pasaron por rechazos de editores inadvertidos, porfiados o esclavizados. Mañas (originales enteros en cursiva, por ejemplo), exceso de trabajo, una regla inveterada, pueden terminar con tu manuscrito en el basurero. Se ha escrito bastante sobre ello porque, claro, es algo que les ocurre a los escritores, y para esta curiosa subespecie humana no hay nada más importante que ella misma.

Pero, bueno. Al decidir sobre una publicación mi único norte es la obra. (Por eso nunca entendí que ciertos autores me pidieran reuniones para explicarme su novela, sus relatos, su «proyecto». Si el libro no se defiende solo, no puede ser bueno. Luego vi que esta renuencia era considerada ofensiva, una rotería de mi parte.) Al final uno solo tiene su criterio para guiarse, y puede equivocarse tantas veces como cuentas tiene un rosario. Pero eso no es ser desidiosa ni pequeña (flaca sí me gustaría). Cuando he leído un original muy bueno, me ha importado un fleco que el autor sea un marciano o el ser más inédito del mundo. La calidad se impone a la larga (bien a la larga, sí). Creo que en Chile, aun con nuestro mercado miserable, la tontera atmosférica y las imposiciones de las trasnacionales, lo realmente bueno siempre se publica. (Porque no hay mucho.) En Alfaguara, en Lom, en el Fondo de Cultura Económica. En Tajamar, en B, en Tácitas. Y no solo narrativa y ensayo: los poetas pasarán frío y tragarán hiel, pero están todos publicados.

El problema es con esa pluma solo a medias talentosa, ese hato de párrafos fulgurantes en una estructura feble, esa buena idea mal desarrollada. ¿Qué hacer? A veces se espera una coyuntura favorable –una colección nueva, una orden del Más Allá, un excedente presupuestario (o un milagro, es casi lo mismo)– para darle una oportunidad, aunque ahora pienso que casi nunca vale la pena y que debería elevar aun más mis estándares. Total, igual no me lo iban a agradecer. Pero esa indecisión de que hablaba lleva a la dilación, que es penosa para los autores, muy cierto; pero no es desidia ni pequeñez, como sí lo son tantas gracias de los escritores que la regla número uno me impide contar aquí.

Sé, porque lo he visto, y porque cualquier texto de sicología lo aclara, lo difícil que es que un editor te diga que tu obra es mala, o no tan buena. No importa que me pidas mi opinión sincera: no quieres oírla, y tu propia opinión sobre mí cambiará enseguida si la respuesta es, como me pediste, demasiado sincera. Dice Martin Amis en La guerra contra el cliché, sobre su época como crítico literario terrorista: «Se le pierde el gusto al caer en la cuenta de lo amargo que les resulta el trago a los insultados, lo injusto que te consideran, y el rencor que te guardan». No es lo mismo pero es igual. Muchas veces esta idea o sentimiento es lo que ronda y termina en dilación: la novela no es buena, ¿pero quién soy yo para decírselo con todas sus letras a alguien que cree firmemente lo contrario? No es fácil, no es una tarea que uno cumpla feliz de la vida precisamente.

Dice Matamala que las editoriales chilenas están «más preocupadas de sobrevivir que de cultivar la literatura». No es cierto pero sí es cierto: antes de cultivar cualquier cosa no estaría mal sobrevivir. Y ahora viene la pataleta. ¿Por qué cuesta tanto dar una oportunidad a aquellas obras «no tan buenas», e incluso a las buenas, siempre según el falible pero honesto y a menudo solitario criterio del editor? Porque el público chileno no las quiere. El lector chileno es esnob hasta la pared de enfrente, y prefiere al húngaro suicidado o al japonés de moda antes que a un escritor que viva en, no sé, Los Leones con Bilbao. Y aquí me refiero a todos, familiares de los escritores y lectores de este blog incluidos, que posiblemente están más al tanto de las novedades de Anagrama o Acantilado que de los nuevos escritores chilenos.

Esto está quedando muy largo, así que lo dejo hasta aquí.

Thursday, June 12, 2008

Planchando en Facebbok



En los 80 cuando tenía seis o siete años mis compañeritas de colegio organizaron un club súper exclusivo que se llamaba Scooby Doo. Participaba todo el curso, menos cuatro, entre ellas yo, que teníamos que ser el público y aplaudir los shows que hacían las restantes 20 o 25.

A comienzos de los 90 me tocaron las odiosas fiestas de 15, en que las niñitas nos poníamos vestidos repolludos y hombreras, nos pintarrajábamos la cara con terra india y nos llenábamos de laca los jopos para ir a unos matrimonios chicos a esperar que algún baboso apreciara el esfuerzo y nos sacara a bailar.

En la primera década del siglo XXI, Facebook me ha hecho recordar ambas situaciones. Como trabajo rodeada de personas a las que les interesa realmente estar al día con las nuevas tecnologías hace un año que venía escuchando de la red, pero dado que nunca logré que me explicaran para qué servía la maravilla decidí quedarme abajo. El problema es que salió demasiado bien.

Después de un primer momento en que a mi alrededor había mucho adicto a Facebook la conversación al respecto decayó y yo, feliz de haberme salvado de encontrar una nueva excusa para perder el tiempo, di por pasada la euforia. Me equivoqué. En los últimos dos meses Facebook arremetió con todo. Hoy en Chile esa red tiene cerca de un millón de usuarios y está entre los 10 sitios más visitados por los habitantes de este país, lo que explica que sea el tema de conversación y columna nacional a tal punto que dudo que quede algo por decir.

Los diarios, revistas y canales, cuentan sobre políticos que juntan amigos, de empresas que se promocionan ahí y describen a esta red social como el lugar en que las personas se encuentran con la gente con que comparten intereses, con la familia, o con los amigos perdidos de la infancia.

Eduardo Engel, destacado economista, confiesa que salió a descubrir Facebook tras la visita de un amigo tecnologizado. El periodista Andrés Azócar afirma categóricamente “que participar en alguna red social es una obligación no sólo para los periodistas y los medios, sino para todo el mundo” y Pedro Peirano, uno de los creadores de 31 minutos, pregunta “qué será de Facebook cuando haya mutado la rutina, cuando ya no haya nadie que encontrar y corrobores que la gente que dejaste en el pasado debió permanecer donde estaba”. En general todos los que conozco dicen que Facebook tiene algo adictivo, aunque no pueden explicar bien qué.

En ese escenario en que la red amenazaba con tragárselo todo y a todos me dio susto que ante tanta vida social por computador las calles quedaran vacías y me inscribí. La experiencia ha resultado desastrosa. Partí creando una página para El medio blog y no se cómo fue que terminé teniendo una página personal de Angélica Bulnes. Ante eso, traté de volver atrás, suicidarme virtualmente y empezar de nuevo. ¿Alguien ha tratado de salirse de Facebook? Les aviso que es prácticamente imposible, si lo intentas no desapareces, solo te congelan la página: facebook no olvida y cuando vuelves a meter tu mail, ahí estás otra vez. Resignada asumí que ya estaba no más, me puse hasta una foto, horrenda, pero la única que tenía y me puse a esperar que me viniera la adicción.

Sigo esperando y de eso ha pasado casi un mes. Reconozco que yo no he sido nada de activa en salir a buscar contactos porque me da pudor andar mandando mensajes preguntándole a la gente si quiere ser mi amiga, pero descubrí que en esta red en que se supone que todos se encuentran a mi nadie me andaba buscando. En cuatro semanas lo único que me conseguí fue solo amigo (ahora son dos), así es que ahí estaba, cual quinceañera en fiesta, planchando en Facebook.

Pero esto sigue. Entre que me di pena y risa, le empecé a contar de mi falta de quórum a mis conocidos, que se sintieron presionados y salieron a buscarme ¿saben lo que pasó? Que resulta que no estoy. O sea estoy, porque cuando yo me meto veo mi página, mi foto y a mis dos amigos, pero no estoy. Lo que se llama perdida en Facebook. Tanto así, que la Andrea Vial organizó una campaña que se llama “Buscando a Angélica Bulnes en Facebook” y ahora hay gente que la llama para preguntarle si yo estoy desaparecida de verdad. No, no es cierto, por suerte estoy viva y existo en el mundo real, pero alguien me tiene secuestrada en Facebook. Por favor devuélvanme.


Wednesday, June 04, 2008


Cómo interpretar las reacciones a las muertes del general Alejandro Bernales, su señora y comitiva. Es asombroso lo que pasó teniendo en cuenta que es muy posible que –tal como comentaba Matías Del Río en Tolerancia Cero- si algunas semanas atrás se hubiera hecho una encuesta preguntando por el director general de Carabineros, a un porcentaje alto de los chilenos, yo incluida, le hubiera costado dar con su nombre o reconocer su cara.

Cómo fue entonces qué se transformó en “el general del pueblo”, hizo que miles de personas salieran a homenajearlo a la calle, de noche, con uno, dos o tres grados bajo cero y si lo que contaron los diarios es cierto, hasta le sacó pucheros al ministro de Hacienda, Andrés Velasco.
Para mí, es un hecho que queda en el baúl de los fenómenos inexplicables, casi paranormales, que se han ido sucediendo este año y que incluyen el también multitudinario funeral de Julio Martínez y la histeria colectiva que se produjo con la venida de Ennio Morricone.

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